(Alex de la Iglesia, junto a la entonces ministra Angeles González-Sinde, en la gala de los Goya 2011)
¿Cuál es la relación entre Internet y el cine? Este asunto lleva en mi cabeza un par de años, con su carga polémica y controvertida. Asunto peliagudo porque cuestiona los principios del mismo negocio, obliga a fundamentar ideas y a derribar prejuicios, y desgraciadamente, eso no es fácil. El primer paso es reconocer algo en lo que todos estamos de acuerdo: somos internautas, como decía el domingo el presidente de la Academia, Enrique González Macho. Todos somos parte de este entramado de comunicación. Pero al mismo tiempo, Enrique asegura que los recursos económicos del cine no pasan por los internautas. ¿Los recursos del cine no pasan por todos nosotros? ¿Los recursos del cine no pasan por el público? Entonces, ¿por dónde pasan?
El cine, por encima de sus derechos, tiene que pensar en sus obligaciones, y la primera es trabajar para el público, y buscarlo donde se encuentre. El público vive y piensa, trabaja y se comunica a través de Internet: comparte ideas, creaciones, música, películas. Vive en Internet. ¿No es lógico, sensato y tremendamente urgente proponer modelos de negocio que se adapten a las necesidades del público?
Internet no es, y espero que estemos todos de acuerdo, tan solo un nido de piratas. Nadie, en el mundo de los profesionales de la red, en estos dos años de debates, discusiones y coloquios, nadie, repito, defiende el todo gratis. Nadie defiende al que se lucra ilegalmente con el trabajo de los demás. Ahora bien, seamos sinceros, ¿cuál es la oferta legal? Prácticamente nula, si consideramos la urgencia de la demanda. Las excepciones (Youzee, Wuaki, Voddler, Cineclick y Filmin, extraordinario esfuerzo de Juan Carlos Tous) demuestran que es posible y que los valientes abren camino, pero desde luego no es suficiente. ¿Podemos exigir responsabilidades y lamentarnos de nuestras pérdidas si nuestra tienda virtual permanece cerrada? ¿Podemos decir que internet no es una alternativa al negocio del cine cuando ni tan siquiera lo hemos intentado? ¿No somos responsables de no saber adaptarnos a las necesidades del mercado? ¿Cuanto tiempo vamos a esperar?
Este es el segundo paso: reconversión. La prensa y los libros se leen en el iPad, la industria de la música está reaccionando y plantea alternativas, como Spotify. Netflix, el spotify del cine, todavía no llega a España. En lugar de esperar a que sea tarde y lo hagan las grandes compañías, ¿por qué no somos nosotros los primeros en explotar las bibliotecas de cine de forma legal y asequible para el usuario? En lugar de un problema, ¿no somos capaces de verlo como una oportunidad?
Las películas, queramos o no, se estrenarán en Internet, a un precio consensuado y razonable. Se establecerá un debate entre productores, distribuidores, exhibidores y las compañías que suministran banda ancha, redefiniendo las ventanas de exhibición en el marco del nuevo mercado. Abriremos una nueva ventana de comercialización en el mismo hogar del consumidor. ¿Alguien puede pensar que eso es malo para el cine? Enrique, mi amigo y mi distribuidor Enrique, piensa que este cambio es prematuro, que “la industria cinematográfica no se puede permitir dar un salto al vacío”. Creo, humildemente, que el vacío está ya bajo nuestros pies. No querer mirar es la más peligrosa de las cegueras. No es fácil, es incómodo pero es necesario. Distribuidores y exhibidores, intermediarios de la creación audiovisual, pero también parte esencial del engranaje de la producción, ven cómo el edificio tiembla. No esperemos a que se caiga. La relación entre productores de contenidos y consumidores ha cambiado para siempre. Es una realidad imparable. Demos el primer paso o lo darán por nosotros. Hablemos, discutamos cómo hacerlo, pero no demos marcha atrás. Se necesita valentía, pero no creo que orgullo.
Alex de la Iglesia es director y expresidente de la Academia de Cine.